A la mañana siguiente de haber llegado a Maroua se personó Michel, al que supusimos amigo de Emilio. Bajo este supuesto, y una vez metidos en conversación, le dimos a petición suya nuestros números de teléfono y correos electrónicos. Pero no tardó en surgir la primera rareza, no recuerdo ya si aquella misma mañana o a la siguiente. Nos escribió una carta a Ana y a mí que nos entregó allí mismo. Me la dirigía a mí pero en el remite había escrito los nombres de ambos. Nos pedía el disco duro de un ordenador, refería la fecha en la que había obtenido el título de bachillerato y otro ramillete de cosas extrañas. Ana, entre el humor y el enfado, me contó lo que creyó todo un descaro por su parte, si bien al mismo tiempo lo disculpaba pensando que acaso lo había comprendido mal. Digamos que la requebró pasándose un pelín o más que un pelín. Más tarde nos aclaró Emilio que Michel era un pesado visitante diario y, para decirlo todo, un borderline. Vestía siempre traje y corbata de color negro y calzaba tenis, toda una estampa coronada por su cara, en la que Ana adivinaba un fondo de tristeza. “Un pobre infeliz digno de lástima” fue en lo sucesivo el modo bajo el que lo contemplamos. Mientras tanto él seguía con sus planes. Estaba preparando una fiesta para el viernes de esa semana en la que habría muchísima cerveza. Nosotros ya nos batíamos en retirada pensando cuál sería la excusa que nos inventaríamos para no ir. El broche final, que nos descuajaringó, fue cuando dijo que un día se presentaría en nuestras respectivas casas en España, donde, tras abrir nuestras puertas y verlo a él, saltaríamos de alegría exclamando “¡oh, Michel!” Y aquí soltó su última perla: “nous serons ensemble”. ¡Hasta yo lo entendí sin que cupiera ninguna duda! Ana se metió en casa presa de un ataque de risa y yo me contuve como pude quedándome fuera con él. Con el “nous”, ¿a quién se refería? ¿A él y a Ana, o me incluía a mí también? Más de una vez nos burlamos cariñosamente de Ana a cuenta de Michel: si la requería en amores, ¿por qué no le hacía un poquito más de caso? y más cosas por el estilo. Ana se sumaba al jolgorio, si bien las frecuentes visitas de Michel acabaron por traerla un poco frita, y no dejaba de recordar que, por más simple que fuera, había sido un descarado.
Recordándolo ahora, sólo puedo decir, ¡pobre Michel!
4 comentarios:
Me tomo esta entrada como un regalo, y quiero ser la primera en comentarla... No quiero parecer cruel, pero desde que la he leído, no puedo parar de reir... Y no olvides que un día vino de "sport", con una camiseta azul, y no lo reconociste, hasta que te conté que seguía con sus "insinuaciones", y me dijiste: "parece un hermano de Michel". Efectivamente, pobrecito.
No me olvidé de la noche que vino de sport, pero no me preguntes porque no la incorporé al relato. Creo que tu comentario sobre la tristeza de Michel fue lo más acertado de todo cuanto dijimos de él. Se me quedó grabado.
Un hombre para no olvidar, sobre todo tú, ¿eh?
Efectivamente, mira sus fotos: todo en él, pero sobre todo la mirada, son de una infinita tristeza.
Lo dicho, ¡pobre Michel!
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