Al volver del viaje sentí nostalgia de Emilio. Fui consciente entonces de que había sido el centro del viaje, la palanca, el prisma: desde él alcancé las realidades que me circundaron, punto fue de apoyo para saltar y sumergirme en ellas, a través de sus ojos las vi. Pero más importante que todo esto fue reencontrarnos como amigos, sentir de nuevo el fuego de la amistad, recuperable siempre porque las brasas nunca se extinguen. El hábito de la conversación íntima lo habíamos perdido un poco, o al menos así me lo pareció a mí, y por eso me sentí al principio incómodo cuando nos retiramos a hablar. Pero el tono se avino a ser el de siempre, el que colorea cada relación amistosa y le otorga su singularidad. Aun a riesgo de ser cursi diré que hice morada en él, al igual que la hizo él en mí, para seguir siendo lo que nunca habíamos dejado de ser: grandes, necesarios, íntimos amigos.
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