Un día trajo a Baba, su hermanita, para que la conociésemos. Aprovechaba las vacaciones para trabajar en el mercado confeccionando camisas y ganarse así unas cefas (francos de las antiguas colonias francesas). Con ellas se compró una bicicleta. Un día estaba con un amigo delante de casa. Éste practicaba unas volteretas laterales y yo quería fotografiarlo en el momento en el que las piernas apuntan hacia arriba, por lo que le pedí que las continuase haciendo hasta que lo lograse. Entonces Ahmed solicitó la atención de mi cámara y sin más fuerza que el propio impulso pegó un salto mortal hacia atrás que yo capté en el momento del giro, en pleno vuelo.
El que se distingue es distinguido: lo era Ahmed, este adolescente de 12 años del que estoy hablando, que enseguida nos cautivó a Ana y a mí por su belleza, su discreción, su atención respetuosa, su aseo exterior e interior, su inteligencia. Me gusta imaginarlo como un príncipe, humilde, dulce, magnánimo, que pasa invisible por el mundo excepto para aquéllos a los que se quiere dar a conocer.
Como muestra de amistad le regalé una pequeña linterna que había llevado. Ojalá, Ahmed, que sigas creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
2 comentarios:
Para mí, lo más valioso de Ahmed, es que sea así viviendo en un barrio duro como Doualare. Era fácil tener debilidad por él.
Y fácil que esa debilidad se convirtiese en idealización.
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