Le faltaba llorar pero las lágrimas no acudían en su ayuda. Ojos secos, una vez más, para su pena. Hacía tiempo que había perdido la espoleta del llanto. Dentro de él se ocultaba un océano que deseaba salir. Hubiera querido ser náufrago en su propio mar, volteado y arrojado por sus olas en una tierra hospitalaria. Mientras tanto esperaba, sin fruto, ante un sol que permanecía de guardia.
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