Si al espíritu le cuadra el ser “exacto”, entonces sería hombre de verdadero espíritu aquel que consiguiese hacerse con una posición siempre exacta en los derroteros de la vida, hombre sabio el que al fin descubriese la fina matemática, el inefable juego de proporciones que sustenta el devenir cotidiano, quien ocupase en todo momento el lugar justo, justo de ajustado y justo de justicia, quien, suave como una nube, sin ningún tipo de rigidez, estuviese a la altura de todas las circunstancias, nunca fuera o por debajo de ellas. La sabiduría espiritual consistiría en una matemática espiritual, sin que el espíritu quedase nunca sujeto a otra ley que la del amor supremo, de la suprema libertad, de un hacer lo que se quiere porque se quiere sólo amar, parafraseando a San Agustín. El que bien ama hace siempre lo que quiere; el que bien ama es libre; el que bien ama es justo y está ajustado; el que bien ama se hace con el don de la exactitud. ¡Precioso don, lujoso encuadramiento, donde, por estar y ser donde hay que estar y ser, se está y se es en suprema plenitud, en suprema exactitud!
1 comentario:
Interesnate...
La justicia tiene los ojos vendados, no atiende a razones, el sabio comprende que el conocimiento se escapa entre los dedos cuando lo quieres atrapar.
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