Tengo incrustado en mis genes cordiales el deseo de mejoría, y no soy de los que voceo el “¡soy así, y que me aguanten!”. De hecho soy, somos, de una determinada manera, y muchas veces a los demás, al tropezar con las esquinas punzantes de nuestro ser, no les queda más remedio que aguantarlas y sufrirlas. Aquí se da un irremediable quid pro quo: tú me aguantas a mí y yo te aguanto a ti.
Yo, en cualquier caso, no me conformo con que ese afilamiento de mis bordes se mantenga tal cual. Me importa, y mucho, desafilarlos, limarlos, suavizarlos. Tengo presente también que, detrás de este anhelo mío, además de mi deseo de no dañar a nadie ni embravecer la convivencia, obra igualmente cierto narcisismo, aunque quizá no sea ésta la expresión más exacta. Me explico. El ideal de mejoría tendría que ser un ideal de justicia, con uno mismo y con los demás, y no un ideal estético, aquel que vendría auspiciado por el deseo de ofrecer un “bello perfil espiritual”. La única belleza de la que cabría hablar aquí tendría que ser subsiguiente, por añadidura, la otorgada por la misma justicia, y nunca buscada por si misma. Sería la “justicia” la que otorgaría la “justeza”, por decirlo al modo de Charles Péguy. Aunque tampoco es descartable que alguien, obrando al revés, termine en manos de un ideal de justicia cuando al principio sólo lo había animado un ideal de belleza, que la justeza lo lleve a la justicia.
¿Son separables, sin embargo, ambos aspectos? Se puede y se debe diferenciarlos pero ¿no se funden en único impulso, de modo que, quien desea mejorar, lo hace siempre animado por un ideal de bondad y hermosura? Si lo bello es bueno, si lo bueno es bello, ¿no tiene que ser necesariamente así? ¿No decimos acaso de una persona buena que es “una bella persona”? En esto somos herederos de los griegos, cuyo ideal de perfección ética quedaba descrito por el “kalós kai agathós”, lo bello y lo bueno. Seamos pues bellos, es decir buenos. Seamos buenos, es decir bellos.
Yo, en cualquier caso, no me conformo con que ese afilamiento de mis bordes se mantenga tal cual. Me importa, y mucho, desafilarlos, limarlos, suavizarlos. Tengo presente también que, detrás de este anhelo mío, además de mi deseo de no dañar a nadie ni embravecer la convivencia, obra igualmente cierto narcisismo, aunque quizá no sea ésta la expresión más exacta. Me explico. El ideal de mejoría tendría que ser un ideal de justicia, con uno mismo y con los demás, y no un ideal estético, aquel que vendría auspiciado por el deseo de ofrecer un “bello perfil espiritual”. La única belleza de la que cabría hablar aquí tendría que ser subsiguiente, por añadidura, la otorgada por la misma justicia, y nunca buscada por si misma. Sería la “justicia” la que otorgaría la “justeza”, por decirlo al modo de Charles Péguy. Aunque tampoco es descartable que alguien, obrando al revés, termine en manos de un ideal de justicia cuando al principio sólo lo había animado un ideal de belleza, que la justeza lo lleve a la justicia.
¿Son separables, sin embargo, ambos aspectos? Se puede y se debe diferenciarlos pero ¿no se funden en único impulso, de modo que, quien desea mejorar, lo hace siempre animado por un ideal de bondad y hermosura? Si lo bello es bueno, si lo bueno es bello, ¿no tiene que ser necesariamente así? ¿No decimos acaso de una persona buena que es “una bella persona”? En esto somos herederos de los griegos, cuyo ideal de perfección ética quedaba descrito por el “kalós kai agathós”, lo bello y lo bueno. Seamos pues bellos, es decir buenos. Seamos buenos, es decir bellos.
2 comentarios:
Este domingo oí en la homilía una reflexión a propósito del tiempo de cuaresma que me impresionó. Tiene que ver con lo que dices, pero el enfoque es distinto y, sobre todo, me parece que aleja de ese riesgo estetizante o narcisista.
Habló de una imagen interna que tenemos que restaurar, como si fuera un cuadro que ha ido agrietándose y ensuciándose y que es tiempo de limpiar. El cuadro que todos llevamos dentro es la imagen de Cristo. La Cuaresma, dijo, es el momento de hacer que esa imagen vuelva a brillar, para que brillando dentro la transparentemos.
Visto así, no se trataría de conquistar la bondad y construir la belleza, sólo de no dejar que se empañe. Sería tarea de quitar, no de poner.
Gracias, Suso. Siempre me dejas tocada.
Evidentemente, es así en el plano religioso y cristiano. Mi enfoque queda más a ras de suelo, en los niveles psicológicos y acaso éticos de la cuestión.
Que nos "toquemos" siempre, CB.
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