La observación decente, juiciosa, se pirra por los detalles, los avizora con delectación, se desvive y muere por ellos. No podría ser de otra manera, porque, si no se desciende hasta lo mínimo, perdería lo máximo todo su sentido, y viceversa claro: si no se ascendiese a lo máximo sería lo mínimo quien acabaría perdiendo igualmente su rango. Así, queriéndose simétrica, convive esta pareja en tensa y fructífera unión.
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