jueves, 23 de julio de 2009

Orgullo

“Si tuviera un solo sermón que predicar, sería un sermón contra el orgullo”. Así comienza Chesterton un pequeño ensayo cuyo título es, precisamente, Si tuviera un solo sermón que predicar (Correr tras el propio sombrero (y otros ensayos)) . Puesto en tal extremo, acaso yo hiciera lo mismo.
La lujuria sin orgullo sería menos lujuriosa, la gula sin orgullo sería menos golosa, la avaricia sin orgullo seria menos avariciosa, la pereza sin orgullo seria menos perezosa, la ira sin orgullo sería menos iracunda, la envidia sin orgullo sería menos envidiosa. Los seis pecados capitales serían menos capitales sin el séptimo, el orgullo, el más capital, el capitán de los pecados.
Por contra, la castidad sin orgullo sería más casta, la templanza sin orgullo sería más templada, la generosidad sin orgullo sería más generosa, la diligencia sin orgullo sería más diligente, la paciencia sin orgullo sería más paciente, la caridad sin orgullo sería más caritativa. Las seis virtudes capitales serían más capitales con la séptima, la humildad, la más capital, la capitana de las virtudes.
El orgullo, o soberbia, siempre es ese plus, ese “más” que hace que lo malo sea peor e impide que lo bueno sea mejor. ¿Por qué? Porque lo suyo es decir: “Miren ustedes, lo peor de la ira, pongamos por caso, no es la ira en sí sino lo que yo me afirmo en ella, lo que yo me subrayo en ella, lo que yo me chuleo en ella, lo que yo, lo que yo, lo que yo… Y la excelencia que podría alcanzar la generosidad, pongamos por caso si hablamos de las virtudes, no la alcanza porque yo me afirmo en ella, yo me subrayo en ella, yo me chuleo en ella, yo me, yo me, yo me…”.
El orgullo, o soberbia, es el específico, muy específico, pecado del yo, del me, del mí, que se hincha y se hincha. El yo se muere de sí mismo. Tan orgulloso está.

1 comentario:

Juan Antonio González Romano dijo...

Muy buena reflexión, Suso. Me adhiero.