La belleza que vemos, sólo la vemos, o la escuchamos, o la olemos, o la tocamos. Nunca, en cualquier caso, la comemos. ¿No quedamos así faltos de algo esencial? Simone Weill lo dijo excepcionalmente bien en La gravedad y la gracia: ”El gran dolor del hombre, que comienza ya en la infancia y que prosigue hasta su muerte, lo constituye el hecho de que mirar y comer son dos operaciones diferentes. La beatitud eterna es un estado en el que mirar es comer”. La relación sexual nos deja en el borde de este deseo, el de “comernos” al ser amado, el de ser comidos por él. Un beso, profundo, apasionado, ¿no es el amago de un mordisco, de un arrancamiento e ingestión de un trozo del cuerpo venerado? Al “mirar, tocar, besar, lamer, morder”, de Félix Grande (Las Rubáiyátas de Horacio Martín) , le faltaría un “comer” que completase el crescendo del amor y el deseo.
Me pregunto si, cuando comemos y bebemos el cuerpo y la sangre de Cristo en la eucaristía, no se anticipa lo que, según Simone Weill, será una realidad en el cielo, la unidad del mirar con el comer. Cristo, el admirable, el mirable, es también el comible, por puro amor suyo hacia nosotros, a nuestras necesidades y anhelos más profundos. Él, que se ofrece a la vista para que nos gloriemos con su belleza, se ofrece a nuestra boca para que nos saciemos, comiéndola, de esa misma belleza. Su entrega total hace posible que mirar sea también comer.
3 comentarios:
Oh, felices, al menos, los italianos. El soneto de Aldana habla de lo mismo que tú. Y loado sea el Santísimo Sacramento que rasga el velo mortal.
Gracias por la entrada.
Tela marinera esta entrada, Suso. Para pensar y rezar, como ya te dije... en fin. Un abrazo osado ;-)
Aurora
Buenísimo. Algo escribí, que no sé dónde está ahora, al respecto. Pero me atreví a relacionarlo también con la pornografía. Un poco una ida de olla, pero iba por este camino.
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