El regreso de Roma supuso tomar conciencia de la total desconexión con mi vida diaria que supuso el viaje, y no sólo en lo que se refiere a su rutina, sino también, y sobre todo, a lo que tiene la vida de casa y nicho, espaciotiempo en el que se vive y se muere cada día. Roma supuso ser hombre que anda y que ve (detrás venían los otros cuatro sentidos), completamente absorbido por las piernas movientes y los ojos observantes. Y nada más. Ni rastro de pesadumbre, miedo o ansiedad alguna, de mis sapillos y culebras de cada día. Ya digo, ni rastro.
Sólo yo en Roma, sólo Roma en mí. Salí de mi espaciotiempo habitual y me coloqué en otro, no mi casa ni mi nicho, un estar fuera de mí que era también, a su manera, un gozar de mí.
Sólo yo en Roma, sólo Roma en mí. Salí de mi espaciotiempo habitual y me coloqué en otro, no mi casa ni mi nicho, un estar fuera de mí que era también, a su manera, un gozar de mí.
7 comentarios:
Eso sólo lo consiguen el amor y Roma. Maravillosa serie, Suso, Roma te estaba esperando.
Creo que sí, Cristina, que me estaba esperando. Ninguna ciudad me había puesto tan "fuera de mí", quizá por ello tan en mí, como Roma.
Un abrazo.
Sólo el amor y Roma, claro.
Amor y Roma. ¿El mejor palíndromo?
Pero hasta que me distrajo (o me centró) el comentario luminoso de CB, yo venía a decir que qué bien visto (y andado)(y descrito) eso de que el visitante es ojos y piernas. Una sensación a medias física y a medias espiritual, el cansancio y la dicha.
" un estar fuera de mí que era también, a su manera, un gozar de mí".
O sea, el paraíso.
Si no el paraíso, sí al menos una avanzadilla de él.
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