(…) vida en fin, que se fundara antes en la confianza del bien, que en el recelo del mal (Benito Pérez Galdós, La corte de Carlos IV). Una pedagogía que acentúe más lo segundo, “el recelo del mal”, que lo primero, “la confianza del bien”, comete un error gravísimo, el de poner más empeño en erradicar la cizaña que en cuidar el trigo.
lunes, 27 de febrero de 2012
domingo, 26 de febrero de 2012
sábado, 25 de febrero de 2012
jueves, 23 de febrero de 2012
Una mariposa
Ausente la palabra, me quedo tan flaco de carnes que apenas si acierta una mariposa a posarse en mí.
miércoles, 22 de febrero de 2012
La muerte de Jesús
“La compasión no compromete a nada; de ahí que sea tan frecuente. Nadie ha muerto en este mundo a causa del sufrimiento de los demás. En cuanto a quien pretendió morir por nosotros, no murió: lo mataron” (E. M. Cioran, En las cimas de la desesperación).
Si pretendes morir por lo demás, ¿has de suicidarte haciendo una huelga de hambre, por ejemplo? Porque, según Cioran, si te matan, ya no mueres en favor de nadie. ¿Cómo habría de morir entonces el que tal cosa pretende? Cioran confunde la forma con el propósito, que no fue otro que el que él dijo: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45). A mayores, tenemos esto: “Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente” (Jn 10, 17-18). Y para rematar: “¿Acaso no piensas que yo ahora podría orar a mi Padre, y que él me enviaría al instante más de doce legiones de ángeles?” (Mt 26, 53). Jesús, dueño de su vida, entregada a los demás, fue también dueño de su muerte, entregada, congruentemente, también a los demás. Ocurriese esta como ocurriese, de su sentido, amor pro nobis, era él el dueño. El hombre condenó, crucificó y mató a Jesús y nada más. El más estaba sólo en sus manos y en las de Dios, su padre: llegada la hora, sin defenderse, morir libremente en favor de los hombres.
martes, 21 de febrero de 2012
domingo, 19 de febrero de 2012
Niños
Nos detuvimos a mirar como jugaban al fútbol un grupo de niños. Tendrían alrededor de nueve años. Me parecían de juguete, seres mágicos que el buen Dios tenía a bien regalarnos. Pensar que también yo había sido un niño me causó una sensación rara, como de incredulidad. ¿Yo, un niño, en aquellos lejanos y felices años? Imposible. ¿Cómo tal milagro?
sábado, 18 de febrero de 2012
viernes, 17 de febrero de 2012
Ya tengo un pasado
No sé en qué momento de estos últimos años empecé a sentir la infancia como un tiempo mítico y fundacional, pero sé que significó un punto de inflexión en la trayectoria de mi vida. Antes de ese momento no pudo ser porque no había avanzado mi vida lo suficiente como para comenzar a volver la vista atrás. Ahora sí, puedo, porque ya tengo un pasado, y en él la infancia funge como origen y fundamento seguro, que no necesita ser preciso, desecha incluso serlo, de modo que sólo quede de él una estampa de la que ha caído todo excepto la alegría. La memoria histórica se ve sobrepujada aquí por la poética, que da fe de lo que la primera no encuentra.
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