lunes, 11 de marzo de 2013

El aro de luces



Una de las actrices entrevistadas en el documental Buscando a Debra Winger de Rosanna Arquette es Jane Fonda. Esto es lo que dijo:

“En cada película hay una secuencia que es fundamental y que la película funcione o no depende de esa secuencia. Normalmente es una secuencia en la que se producen cambios emocionales muy complejos, y a menudo, si tienes la suerte de estar trabajando con un buen director, él o ella, lo querrá hacer en una sola toma (...) Una vez que has hecho el ensayo llega el momento de que coloquen las luces. Entonces te vas a tu caravana o a tu camerino, te sientas y esperas (...) ¿Y qué haces, te pones a leer un libro y te distancias de aquello en lo que estás, o te pones a pensar en tu personaje y te empiezas a estresar? Tienes que decidir en qué limbo emocional y psíquico has de mantenerte durante esa hora o esas tres horas. Luego llega el momento en que llaman a la puerta y dicen: estamos listos, señora Fonda (...) Hay mucha presión y llevas un guantelete que te oprime el corazón desde que sales del camerino hasta que llegas al plató, que ahora está iluminado por un aro de luces, pero no de luces normales sino que parece dominado por una actividad electromagnética. Es como el ojo de un huracán, y cada vez que hago ese camino sintiendo la presión del guante de acero en mi pecho tengo que decirme a mí misma “tranquila, mantén abiertas las puertas de tu creatividad, mantén la respiración, relájate, no te pongas nerviosa, por favor Dios mío ayúdame a hacerlo, no permitas que me derrumbe” (...) (Y es que) ha llegado el momento de jugártelo todo. No sabes si vas a poder hacerlo y todos lo hemos experimentado; uno se coloca en su posición y ya todo depende de ti y no logras darlo todo: simplemente no puedes. Pero una cosa que echo de manos (Jane Fonda se había retirado del cine hacía diez años) es cuando sí funciona (...) Quizás haya pasado por una situación como ésa en ocho ocasiones. Me sitúo bajo las luces en mi posición con todos mis sentidos entregados… y ocurre. Es como el despegue de un avión: primero buscas tu posición en la pista, luego despegas y te conviertes en…, es como interpretar una danza con los actores y las actrices, y con la cámara y las luces. Es una maravillosa fusión de acciones y sentimientos, como ponerte en tu posición, enamorar a la cámara, enamorar al otro actor; es un cúmulo de emociones y es mejor que hacer el amor, es lo más grande del mundo. También puede ser lo peor del mundo porque si no funciona te dan ganas de morirte, y como sabes lo terrible que puede ser sientes el terror de que ocurra, y esto es lo que hace que esta profesión sea tan grande para el alma pero tan dura para los nervios. Así que sencillamente decidí que iba a pensar en mis nervios, que iba a salir de ese aro de luces, y a encontrar mi propio aro de luces en otra parte”.

Me pregunto si ese despegar y volar como un avión, esa sensación de estar interpretando “una danza con los actores y las actrices, y con la cámara y las luces”, es “el milagro interpretativo de la transfiguración” al que aludía el crítico Ángel Fernández-Santos cuando describía algún trabajo actoral de máxima categoría. Si transfigurarse es ser y emitir luz gracias a la altura a la que ha se ha alzado la propia figura -el avión que despega y vuela-, sin duda que sí. ¿Y quién mejor que un intérprete puede describir lo que se siente cuando tal milagro ocurre? “Es mejor que hacer el amor, es lo más grande del mundo”, dice Jane Fonda.

¿Ante qué tipo de experiencia estamos para que merezca tales calificaciones? La de la unidad de uno mismo: “es una maravillosa fusión de acciones y sentimientos”;  la de la salida de uno mismo en búsqueda del otro: “enamorar a la cámara, enamorar al otro actor”; la del encuentro armónico y gozoso: “una danza con los actores y actrices”; la de la gracia venciendo la gravedad: “despegas y te conviertes...” ¿En qué, en qué se convierte uno? No rompamos el encanto respondiendo esta pregunta.

sábado, 9 de marzo de 2013

Devastadora musa



Cuando mi “yo ocurrente” se para y deja sin ocurrencias a mi “yo ejecutivo” (J.A. Marina) no estoy en las nubes, ni me voy por los cerros de Úbeda ni pienso en las musarañas. En cambio cuando sí las deja, o en lenguaje romántico, cuando la musa vuelve, sí estoy en ciertas nubes, me voy por ciertos cerros de Úbeda y pienso en ciertas musarañas: ellas me arrebatan y envuelven y entonces pasa lo que pasa pues ya no estoy en este mundo. Hoy, por ejemplo, después de pasar la fregona subí a mi habitación con el limpiasuelos; en otra ocasión, tras quitarme las lentillas y salir del baño, volví a entrar a quitármelas; vuelvo a mirar si he cerrado con llave a las puertas porque “no estaba” cuando ya las había pechado; me cepillo los dientes sin enterarme de que los estoy cepillando, etc. Y es que al venir la ocurrencia, zas, mi yo ejecutivo, absorbido por ella, comienza a centrifugarla. Hay momentos en que la musa casi me inunda y le ruego que tampoco se pase: la sequía no, pero caramba tampoco la anegación. A propósito de este segundo aspecto hay un dato estremecedor que cuenta Ortega y Gasset en El hombre y la gente: “No hace muchos años, mi grande amigo Scheler -una de las mentes más fértiles de nuestro tiempo, que vivía en incesante irradiación de ideas-, se murió de no poder dormir”. Y digo “estremecedor” si es que una de las causas del insomnio fue su “incesante irradiación de ideas”, la ocurrencia imparable de su musa a la postre fatal por no permitirle dormir. En su tenor literal no parece que establezca Ortega tal relación de causa-efecto, pero la yuxtaposición de las dos afirmaciones me impele a pensar que sería posible que tal cosa ocurriera: si no morir, sí quedar psíquicamente derribado por no poder frenar a un yo que de tan ocurrente terminase por resultar devastador.

martes, 5 de marzo de 2013

Sin alma, con alma



¿Qué le falta a Meryl Streep para que a mí no me acabe de convencer? ¿Qué es lo que no tiene y por eso no la incluyo en el grupo de mis actrices favoritas? Es una magnífica actriz, sí, no hay más que recordar cuán maravillosa estaba en Los Puentes de Madison. ¿Cuál es el pero entonces? Creo que un exceso de técnica y de cálculo y un defecto de autenticidad, de carne puesta en el asador. En el festival de Cannes del año 1989, Meryl Streep recibió el premio a la mejor actriz por su interpretación en Un grito en la noche, de Fred Schepisi. Al crítico Ángel Fernández-Santos le pareció una “interpretación muy competente pero sin alma”. Éste es el punto: le falta alma.

De todos modos, el mismo Ángel Fernández-Santos, a propósito de la película Memorias de África, escribió en su momento que “con Meryl Streep, una actriz con excelente técnica, que es una especie de producto de laboratorio de alta precisión, pero que resulta fría y casi siempre poco inspirada, (Sidney Polack) ha ratificado su maestría en el difícil arte del manejo de los actores: ha barrido su técnica y ha sacado de la actriz lo que ésta parecía no tener, alma” Y éste es también el punto: no le falta alma, que quizá ya se quedó con ella desde entonces. A estas alturas, ¿en qué queda mi “pero”? Pues ya no lo sé, alguno sigue habiendo, tal vez ése tan pequeñito y tan grande de “me gusta más ésta que ésta” y no le demos más vueltas.

lunes, 4 de marzo de 2013

Hijo de la cizaña



Hijo de puta no pues injuria a las madres; tampoco hijo del diablo, que es sacrílego. ¿Qué tal hijo de la cizaña? Sería descriptivo, no insultante ni blasfemo.

viernes, 1 de marzo de 2013

La musa



¿Se va la musa y por eso se queda uno sin ganas de escribir, o se queda uno sin ganas de escribir y por eso se va la musa? Una cuestión de tiralíneas, la verdad. Lo único cierto es que el orden de los factores no altera el producto: se queda uno sin escribir.