Los pájaros se cruzan mil veces en el cielo. La
ventana de aluminio verde está entreabierta. No luce el sol pero la mañana es
clara y limpia. Voy pensando en por qué X es un problema para mí después de
tantos años de amistad. Necesitaría horas enteras, días de reflexión para
alcanzar alguna claridad sobre este asunto. Soy consciente de que su
contundencia al hablar, su seguridad, su aparente potencia vital me descolocan.
Y no descarto que haya motivos inconscientes que se me escapan y que algún buen
psicólogo acertaría a descubrirlos. A veces pienso, y esto es sólo una
hipótesis, que ciertos tipos femeninos terminan convirtiéndose en murallas que
no consigo escalar, a los que tendría que “matar” del mismo modo que, como
decía Freud, hay que matar al padre para independizarnos de él y así recuperarlo
después en un estadio de nueva madurez. ¿Necesito yo matar a X, y ya puestos
también a Y, para que la relación prosiga por un derrotero distinto y superior?
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