Hay palabras que aceptan, con el paso del tiempo
y el cambio de la realidad, nuevas acepciones sin que ello suponga un ejercicio
de violenta presión contra ellas. Digamos que, hasta cierto punto, admiten que
se las alargue para poder cubrir esos nuevos aspectos de la realidad. Pero
cuando en ésta tienen lugar mutaciones profundas, hacerlas caber en un concepto
ya existente significará violentarlo porque en el fondo se está atacando el
hecho en el que quieren incluirse. Es lo que pasa con el matrimonio homosexual.
Aquí ha tenido lugar un cambio radical,
porque la realidad que significa la unión de dos personas del mismo sexo dista
muchísimo de la que significa la unión entre dos personas de distinto sexo. Son
hechos mayores, muy mayores y de ningún modo
menores la diferencia bio-ontológica que hay entre un hombre y una mujer y
su capacidad para engendrar hijos: esto no ocurre en una pareja homosexual. Por
lo tanto, pretender que una unión de dos personas del mismo sexo sea también un
matrimonio es actuar con violencia contra este concepto porque se ningunea la
realidad que significa. Un hecho radicalmente
diferente exige una denominación conceptual distinta. Aquí no cabe ningún
tipo de transacción.
1 comentario:
Excelente.
Totalmente de acuerdo.
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