Jackie, de Pablo Larraín, es una
historia de fantasmas. En esta película, el director chileno imagina cómo
pudieron ser los días vividos por Jacqueline Kennedy tras el asesinato de su
marido en Dallas y hasta el día de su funeral. A Jackie (interpretada por
Natalie Portman), la vemos casi siempre en primer plano y nunca alcanza a tener
una consistencia real, la de los seres de carne y hueso, como si con ello
Larraín quisiese subrayar su dolor, pues tal es su efecto cuando su intensidad
es desgarradora: los dolientes navegan como náufragos entre los demás y parecen
no existir. Jackie es un ser que vaga, pero no tanto que no pueda pensar,
hablar, tomar decisiones. Sin embargo, atravesada por el dolor en todo momento,
el abatimiento la desrealiza, y es
esta pérdida de realidad la que Larraín consigue mostrar con recursos
exclusivamente cinematográficos: no lo dice sino que lo vemos. Pero creo que
el director chileno quiere además que notemos que su narración no es más que un
pudo haber sido así, que su Jackie
doliente no es más que un parto de su fantasía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario