Parte de la gracia de las noventa
velas que fui poniendo una tras otra en la tarta de manzana que compré en la de
Tabora es que aproveché muchas de otros cumpleaños y que no se habían gastado
del todo. Reutilice velas, vaya, con lo cual en la tarta del noventa cumpleaños
de mamá ardieron aún más y seguro que la cera de alguna estuvo a punto de
consumirse del todo. Hay aquí un vértigo de significados que no me atrevo a
descifrar. Dejémoslo así.
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