Un franciscano le pidió a
Francisco de Asís que lo cambiara de comunidad ya que en la suya no podía
sufrir a alguno de sus hermanos. El santo de Asís le dijo que debiera ver en
cada uno de ellos un don de Dios para él. Esto nos lo contó Paco, fray Paco, en
Tierra Santa, y a mí me viene una y otra vez a la cabeza. ¿Un don de Dios para
mí Fulano, tan cotilla, Mengano, tan egoísta, Zutano, tan pesado, etc.? Pues
sí, nos dice el poverello. Sospecho
que, contra lo que pudiera parecer a primera vista, este aviso, más que una
carga sobre los hombros, es en realidad una gran descarga, una liberación, si no
a corto o medio plazo sí a largo plazo, cuando ya nos hayamos convertido y, antes que la antipatía, salte entonces y siempre la simpatía que debe
inspirarnos todo hombre que, por ser hijo de Dios, el padre de todos, es por
eso hermano nuestro. Los santos siempre nos proponen una cuesta empinadísima
pero que, a la larga -a la vuelta de nuestro corazón renovado-, acaba siendo un
cómodo sendero llano.
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