martes, 11 de junio de 2013

Nada dura o la espera del fruto



Escribe Javier Marías: “He expresado a menudo mi preocupación y mi cre­ciente angustia por la manera en que se vive hoy el tiempo, o su transcurso. Lo que me resulta más desconcertante es lo lejos -lo antiguo- que queda todo en seguida. Lo he dicho otras veces: en cuanto algo se hace presente, por el mero hecho de suceder o existir se convierte al instante en pasado, y además en pasado remoto. Todo se tor­na viejo nada más nacer: los libros, las películas, las revueltas, los derrocamientos, las guerras, los nuevos rostros y los nue­vos talentos, lo esperado y lo inesperado, lo sorprendente y lo consabido”. Estoy de acuerdo. Creo que es un efecto de la globalización y de la accesibilidad instantánea de la información: una gran noticia saca de escena a otra, la cual a su vez había hecho lo mismo con la anterior, la cual... ad infinitum. A mí se me hizo especialmente patente con la dimisión de Benedicto XVI y el nombramiento como papa de Francisco I. Fueron noticiones, grandes noticiones, pero su impacto en mí no duró nada. Es más, con respecto a la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio para ocupar la cátedra de Pedro, nada más saberlo, instintiva pero también reflejamente me retraje para que no se me convirtiese de inmediato el evento en papilla. Quería que pasase todo el barullo inicial, que saliera el asunto del circuito vertiginoso y devorador de los mass (que hoy son más mass que nunca) media y entrase en el tiempo lento y el espacio escondido donde las cosan son en verdad y pueden madurar. Por otro lado, sólo cuando las cosas dejan de ser nuevas y empiezan a cumplir días y semanas, que serán después meses y años, ocurre lo importante: fructifican.

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