Tras la lectura de Para un examen de sí mismo recomendado a
este tiempo, de Soren Kierkegaard, volví a experimentar la “dureza”
protestante; la vez anterior me había ocurrido con El precio de la gracia, de Dietrich Bonhoeffer. El protestantismo, al
limitarse a la sola scriptura, sola fide,
sola gratia, solus Christus, se queda sin las fuentes de la ternura y
dulzura católicas: la virgen María, la Eucaristía, la comunidad eclesial, la
comunión de los santos. Tales fuentes le procuran al católico una múltiple e
inmensa compañía, puentes por aquí, mediaciones por allí. Todo a su derredor
son regazos en los que recostarse tanto para reír como para llorar. La devoción
al Sagrado Corazón de María, la adoración del Sagrado Corazón de Jesús, ¿no son
signos clarísimos de ese fondo de inagotable ternura que parece desconocer el
mundo protestante? Éste daría a luz a héroes solitarios mientras que el
catolicismo engendraría a santos acompañantes e intercesores.
6 comentarios:
Enternecedor
Y yo que me voy a dormir, con una medio sonrisa medio orgullosa, por haber recibido el don de ser cristiana
Y qué bien se duerme entonces, ¿verdad?
"Regazos", precioso, Suso.
Y sin embargo tienen a Bach. En La Pasión según san Mateo todos encontramos el inmenso regazo de Cristo. Y Kierkegaard ¿tú crees que es más duro que Bloy?
Claro que también tienen a Kant, a Hegel y a todo el discipulado. El idealismo, tan rigorista y a la vez tan hueco, no habría podido ser católico.
Por eso Kierkegaard tiene aún más mérito. Y Bonhoeffer, y Bach ni te cuento.
No hagas mucho caso a mi comentario, que no va más allá de una impresión superficial. Por otro lado, el libro de Kierkegaard me gusto muchísimo.
El protestantismo, al rechazar la iconografía y por tanto todo el arte que entra por los ojos, se centró en el arte que entra por los oídos, es decir la música: y ahí, tú lo sabes mejor que yo que soy un ignorante en temas musicales, seguro que hay inmensas canteras de ternura.
¡Ahí va! Impresionante, Suso, nunca lo había visto (ni oído)así.
El impresionante es Olegario González de Cardedal, de quien tomo la reflexión tras haberla leído muy recientemente en su último libro "El rostro de Cristo". Da en el clavo, ¿no?
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