Son tantos los millones que tiene depositados en un banco que
un directivo del mismo viene a verla desde A Coruña cada mes, para ponerla al
corriente del estado de sus cuentas. Su marido fue siempre el “marido de”, pues
era ella la dominante. Se decía que no lo dejaba ni a sol ni a sombra, y así,
en época de caza, si cazador él cazadora ella también a la par con él. Esto lo
hizo objeto de más de una burla por parte de sus compañeros. Aunque era
bastante más joven que su mujer, la dejó viuda. El paso de los años la han ido
consolando. Acaba de pasar por la calle de enfrente con la señora que la
atiende, la cual, más que acompañarla parecía arrastrarla sin que a ella le
diese tiempo de ir apoyándose en su bastón. ¿Llegaban tarde a alguna cita? Esta
ayudadora suya, que tendrá ahora unos cincuenta años, fue un ejemplo casi
enfermizo de desconsuelo, tras quedar también viuda hará unos diez años.
Pasaban éstos y ella, de luto riguroso, parecía no salir del pozo de su
tristeza. Siempre es difícil adivinar hasta qué punto el apenado se aferra a su
pena y no quiere soltarla por temor a deshonrar la memoria de su ser querido.
Lágrimas son honras, desde luego, pero sólo hasta un punto, distinto en cada
caso, más allá del cual ya no es sensato seguir llorando.
Han pasado otra vez, de vuelta. La
acompañante ya no tira de su señora y puede ir ella ir apoyándose en su bastón.
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