La iglesia de los dominicos en Oxford es sencilla, reducida a la mínima expresión, diáfana y ligera. Cuenta con una vidriera transparente en el lugar en el que normalmente estaría un retablo, que inunda de luz la iglesia y tras la que se ven las ramas de unos árboles agitándose. Las catedrales e iglesias de gran esplendor ornamental son sin duda admirables, pero a mí siempre me parecen palaciegas, construidas más para el ojo que para el corazón. Busco la desnudez, el pobrismo si se quiere, el vacío. Frente a los fastos de Salomón, el despojo de San Francisco.
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