En contextos vitales diferentes, una mujer desconocida y otra conocida hicieron una afirmación casi idéntica. La primera, la madre de uno de los bomberos fallecidos en el ataque a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, que se opuso a la cancelación de una boda de un familiar muy cercano aduciendo lo siguiente: ”Porque la vida te da tragedia y alegría, y no puedes permitir que la tragedia te arrebate la alegría” (Cf. El País Semanal, 11 de abril de 2004). La segunda, la condesa Klossowska de Rola, viuda de Balthus, uno de los grandes pintores del siglo XX, la cual, tras saber y digerir que su primer hijo no viviría más de cinco años, afirmó: ”Yo era muy joven, pero aprendí que había que separar los problemas, que nunca hay que dejar que la desgracia destruya tu felicidad” (Cf. XL Semanal, 13 de julio de 2008). Dos lecciones de fortaleza y de sensatez, que yo subscribo por entero y que, llegado el caso, querría saber poner en práctica.
Estas mujeres no le negaron a la desgracia “sus derechos”, sus efectos, su espacio, pero no permitieron que su radio de acción se ampliase más allá de lo que le correspondía: “Tú llegas hasta aquí, pero sólo hasta aquí. Puedes derribarme, pero no destruirme. Mi felicidad, que tu presencia hace imposible ahora, queda simplemente aplazada, y yo lucharé porque vuelva”. ¡Si señor, así se habla, con corazón grande de mujer fuerte y lúcida! ¡Ojalá, si me llega a mí una hora parecida, no me falte un corazón de tal calibre!
Estas mujeres no le negaron a la desgracia “sus derechos”, sus efectos, su espacio, pero no permitieron que su radio de acción se ampliase más allá de lo que le correspondía: “Tú llegas hasta aquí, pero sólo hasta aquí. Puedes derribarme, pero no destruirme. Mi felicidad, que tu presencia hace imposible ahora, queda simplemente aplazada, y yo lucharé porque vuelva”. ¡Si señor, así se habla, con corazón grande de mujer fuerte y lúcida! ¡Ojalá, si me llega a mí una hora parecida, no me falte un corazón de tal calibre!
No hay comentarios:
Publicar un comentario