Tantos años oyendo hablar de la magdalena de Proust y al fin me la encuentro en las primeras páginas de Por el camino de Swan, el primer tomo de En busca del tiempo perdido. Y no es para menos toda su ingente fama, porque la reflexión es sublime, hipnotizante, el pasado recuperado desde los hondones de la memoria al hilo del paladeo de un trozo de magdalena. Imensa, estupefaciente magdalena proustiana, que uno quisiera tener en el desayuno todos los días, para sentir, con gozo inefable, el galope de un trozo de vida subiendo desde el fondo abisal de uno mismo, de modo que pasado y presente, memoria y conciencia, duración e instante quedasen inenarrablemente unidos.
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