Al salir del Paraíso, el hombre dejó atrás el don
de la simplicidad y quedó abocado a la dificultad. Allí todo lo entendía a la
primera porque la unidad lo presidía todo. No existía ningún tipo de fractura;
todo estaba en línea, al alcance del primer vistazo, de la primera operación de
la mente. Fuera del Paraíso, rota aquella unidad, dejó de existir esa línea
continua que lo enlazaba todo y le permitía al hombre acceder sin el más mínimo
esfuerzo a la omnicomprensión. Ahora su mente no avanza sino a trompicones, no
entendiendo o entendiendo mal, porque ya no está en comunión con la realidad y
la inteligibilidad de ésta se le escapa una y otra vez. Al perder su santa
simplicidad perdió la capacidad para acceder a la simplicidad del mundo.
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