Nadie
debiera morirse sin ver La flauta mágica, de Wolfgang Amadeus Mozart. Yo
la mal vi y la mal oí en Salamanca hace un montón de años, sentado en la más
alta de las galerías, esquinado y muy lejos del escenario, en la peor de las
posiciones. Acabe durmiéndome. Fue la primera y la última vez que asistí a una
ópera en directo. Lo que sí quedó para siempre en mi recuerdo fueron los
nombres de Papageno y Papagena, que de por sí me parecieron ya un acierto
lingüístico y sonoro genial. El pasado 20 de septiembre, la Royal Opera comenzó
su temporada operística, la presencial en el Royal Opera House de Londres y la
retransmitida en directo y que es posible ver en muchos cines del mundo. La
incomodidad primera con La flauta mágica se trocó en comodidad y gozo
absolutos cuando la vi hace unos días en Santiago. ¡Dios, qué gustazo! Es un
prodigio de genio e ingenio, de alegría porque el amor triunfa, los nobles
ideales triunfan, el bien triunfa, la belleza triunfa, porque triunfan el
hombre y la mujer amándose, Papageno y Papagena celebrando a sus papagenitos y
papagenitos en un escena antológica y donde todo es antológico, y el mal,
derrotado, va a donde le corresponde, al infierno, para que todo sea cielo en
la tierra en la que ha triunfado la alegría.
1 comentario:
¡Y un prodigio de música!
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