viernes, 9 de junio de 2017

C. 2

Pepe, Lucía y yo estábamos resolviendo un asunto familiar que no admitía distracción ni dilación. Sonó el timbre, Pepe bajó, abrió la puerta y comenzó una conversación de la que Lucía pudo captar la palabra “C.”. “¡Es C. preguntando por ti! ¡Baja!”. Yo, con cera en mis oídos, no sentí esta palabra, sólo lo que Pepe le dijo al que había llamado: “Mira, ahora estamos ocupados con un asunto urgente. ¿Te importaría llamarlo un poco más tarde? Enseguida terminamos”. Cuando subió confirmó su identidad. Me levanté de un tirón, me asomé a la ventana y grité: “¡C.!”. Me lancé después escaleras abajo, salí a la calle y en pleno paso de cebra C. y yo nos fundimos en un abrazo. “Mira, ahora mismo no puedo quedar contigo. ¿Hasta qué hora andarás por aquí”. “Hasta las seis”. “Anda, entra que apunto tu número de teléfono”. Cuando estaba ya dentro de casa, en la cocina, y C. se acercaba por el pasillo, le dije a mi madre quién era. “Cómo, ¿el hijo de A.?”, exclamó sorprendida y alegre. Y también ellos dos se fundieron en un abrazo.

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