Al saber no hace mucho que la obra 4,33 de John Cage consiste en que,
durante cuatro minutos y treinta y tres segundos, en el escenario no se ejecuta
música alguna para permitir que lo que entonces se oiga, desde una tos hasta el
abrirse de una puerta, sea la única música, caí en la cuenta de que mis gustos
musicales desde hace ya mucho son un continuo y puro 4,33. La cuestión entonces
no es que no me apetezca escuchar música, o que frente a ella prefiera el
silencio, sino que sólo me apetece escuchar la que produce la vida en torno a
mí: el coche que pasa, el teléfono que suena, las pisadas de un viandante...
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