miércoles, 25 de noviembre de 2015

A pesar de los pesares

Son muchos los pesares que Aurelio Arteta le endosa a la vejez, quizá demasiados, cuando en verdad habría que decir que no existe la vejez sino los viejos, y la suerte de estos es varia en lo que respecta a la salud y la enfermedad, la soledad y la compañía, los dos factores de los que depende en mayor grado que la vejez sea más o menos pesarosa. Pero según lo que escribe el autor vasco en A pesar de los pesares. Cuaderno de la vejez, esta es pesarosa sí o sí, y lo demás son cuestiones de detalle. A mí desde luego el libro me ha asustado y más querría yo morir antes que llegar yo a la edad provecta si lo que me voy a encontrar es eso y solamente eso que nos cuenta Aurelio Arteta. Sin embargo toda su oscuridad, la poca o ninguna luz última que en su opinión tienen los últimos años de la vida de un hombre, depende principalmente de su cercanía al final, a este final: la muerte aniquiladora, la nada, el no ser, el postrero y definitivo olvido. Como ateo, ante este final, a las connaturales miserias de la vejez (si es que las tiene, añado yo matizando a Arteta, pues, insisto, la suerte es varia), se suma la miseria última que es morir para siempre, no vivir ya nunca más. De aquí no nace ninguna alegría, ninguna esperanza, ningún bien, porque es imposible que lo haga. No hay nada porque no hay nadie. Pero merece la pena, afirma Arteta, a pesar de las penas de la vejez y de la más penosa de todas que es morir del todo y para siempre, haber nacido, haber vivido, porque el hombre es el más valioso de los seres, tiene dignidad, incluso el mayor de los criminales vale más que cualquier otro ser no humano.
No sé si todos los no creyentes se sumarían a la presentación de la vejez que hace Arteta. Acaso sí, si, con la misma rotundidad que él, creen que es una nada rotunda el destino final del todo hombre. No puede haber esperanza última, solo “esperanzas penúltimas”, las ligadas a esta vida, afirma el autor de Tantos Tontos Tópicos, y con estas se debe conformar el viejo que, por su edad, más cerca está que cualquier otro de saber que uno, finalmente, se muere. El punto es punto final.

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