sábado, 25 de septiembre de 2010

Pájaros de Dios

“Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él” (Mt 3, 16). Ésta fue, sin duda, la más excepcional misión encomendada a un ave, una paloma en este caso, la de hacer bajar al Santo Espíritu sobre Jesús en el momento en que el Padre proclamaba que era su Hijo amado. ¿Y quién sino un pájaro podía ser la manifestación del Espíritu si se quería señalar su origen celeste, su vuelo soberanamente libre, frente al cual ninguna gravedad, terrestre o no terrestre, podía maniatarlo?
Otros pájaros después, tras este momento inaugural, en la estela abierta por la excepcional paloma del evangelio, vinieron a ser testigos de una presencia de lo alto. Victor E. Frankl, el famoso psicoterapeuta creador de la logoterapia, cuenta en su libro El hombre en busca de sentido, como, estando prisionero en el campo de concentración de Theresienstadt, pensar en su mujer, en su amada, le daba fuerzas para seguir viviendo. Hubo un momento en que esto cobró especial intensidad. Pero dejemos que sea Victor E. Frankl quien nos lo relate:
“Estuve muchas horas tajando el terreno helado. El guardián pasó junto a mí, insultándome y una vez más volví a conversar con mi amada. La sentía presente a mi lado, cada vez con más fuerza y tuve la sensación de que sería capaz de tocarla, de que si extendía mi mano tomaría la suya. La sensación era terriblemente fuerte: ella estaba allí realmente. Y, entonces, en aquel mismo momento, un pájaro bajó volando y se posó justo frente a mí, sobre la tierra que había extraído de la zanja, y se me quedó mirando fijamente."
Un segundo testimonio nos lo cuenta José Ignacio Tellechea Idígoras, en su libro El pájaro extraño. Hermano Zacarías. En la misa funeral de este monje cisterciense del monasterio de La Oliva, Navarra, el 20 de agosto de 1986, un pájaro vino
“a posarse sobre un féretro situado en el centro del templo, frente al altar (…) El celebrante, el Abad Mariano, había iniciado el recitado del Padre nuestro. Justamente entonces ocurrió lo más insólito e inesperado: De pronto, el pájaro remontó el vuelo, y saltó desde el féretro hasta el hombro del Padre Abad que presidía el funeral.
Sorprendido vivamente por la inesperada visita, vaciló unos instantes sin saber qué hacer, cogió con su mano el pájaro inmóvil, que extrañamente se dejó apresar, le besó en la cabecita y lo pasó al concelebrante más próximo, pero rompió el tenso silencio con una frase misteriosa: ‘Este pájaro… yo creo que es el Hermano Zacarías, siempre unido y pendiente del Padre Abad en todas sus acciones y trabajos y que nunca quiso hacer nada sin mi anuencia. Creo que ha venido a pedirme permiso… hasta para irse al cielo’”.
Pájaros anunciadores, emisarios, presencializadores, aves de alto vuelo, pues vienen del cielo, y de bajo vuelo, pues a la tierra vienen, que traen todo el resuello del Espíritu, el aliento que no se entrecorta y permanece invicto, siempre migratorias pues no para Dios de migrar hasta sus hijos, los hombres.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Tierra Media

Mi tío Luis quería saber cuál era el límite entre Riocalvo y Sanfiz y eso disparó, en conversación con mi madre y mi tío Perfecto, una rememoración de la toponimia de su infancia, que en muchos casos, casi todos, se mantiene. Yo los escuchaba fascinado. Me parecía que estuvieran cartografiando un territorio mítico, del que hubieran vuelto tras haberlo explorado con curiosidad y delectación. No eran conscientes de que estaban levantando acta, ante mis oídos asombrados, de la prehistoria de mi historia. Esto había ocurrido otras muchas veces, pero ese día me pillaron especialmente perceptivo. Habían sido niños, habían guiado vacas y ovejas por prados diversos, cada uno con su nombre -a chouisiña darriba, a leira da fonte, o agro pequeno-, habían crecido en un lugar, O Couto, de una parroquia, Negreiros, su Tierra Media que habían llenado de aventuras y esperanzas. Al recitar su geografía volvían a ella, a un pasado que era también el mío. Me fui con ellos, encantado.

martes, 21 de septiembre de 2010

Dios y nuestros deseos

Llevadas a la boca, masticadas y digeridas las sospechas de los maestros de las mismas (Feuerbach, Nietzsche, Marx, Freud), para unos estarían superadas y para otros vigentes. Entre los segundos se encuentra Fernando Savater, el cual, en su libro La vida eterna, afirma: “Muchos ateos ilustres consideran que el primer y más claro argumento contra la fe es que responde con directa franqueza a nuestros más íntimos deseos. Así lo dijo en su día Feuerbach, lo reiteró Nietzsche en El Anticristo (‘La fe salva, luego miente’), lo reiteró Freud en El porvenir de una ilusión y, muy recientemente, ha vuelto a confirmarlo André CompteSponville en El alma del ateísmo”.
Contra Dios, en tanto no está a la vista y es la suya una existencia dudosa, la de un ser que, dadas sus características, bien pudiera ser una fantasía nuestra, parece funcionar muy bien el argumento de que, al responder a “nuestros más íntimos deseos”, lo más seguro es que sea un invento nuestro para satisfacerlos.
Pero, ¿por qué la realidad de Dios habría de caer fuera de ese movimiento deseante sin el cual el hombre deja de ser hombre? Las sospechas de los Maestros de las tales son pertinentes para poner en solfa a un Dios que sólo fuera hechura nuestra, sólo mero constructo de nuestros anhelos, sólo montaje de nuestra filmación soñadora… Pero, en cualquier caso, no se sigue así, sin más, de un Dios deseado y cumplidor de nuestros deseos, su improbabilidad y su inexistencia, como si los anhelos más íntimos y radicales de los hombres sólo fuesen capaces de engendran fantasías y no de ponernos en el camino hacia aquél que pudiera darles acabada satisfacción. ¿Sería más creíble la frase de Nietzsche si le diésemos la vuelta: ‘La fe no salva, luego dice la verdad’? Precisamente porque en muchas ocasiones no salvó, ni sanó, ni curó, ni dio plenitud mereció ser tachada de “mentirosa”, de burlarse del hombre y de sus deseos más íntimos: tal fe fue, y es, allí donde se dé, una impostora.
Para que no parezca que son nuestros deseos los que hacen a Dios, necesitan ellos pasar por un duro proceso purgativo. La vida y doctrina de San Juan de la Cruz es la mejor respuesta a las sospechas y sus Maestros, y a lo que, bajo su amparo, había afirmado Fernando Savater. “Un Dios reducido a la medida y servicio, función y eficacia del hombre, no tiene nada que ver con el Dios vivo y verdadero. Nadie ha hecho una crítica más radical de tal ídolo forjado por el hombre que la realizada por san Juan de la Cruz, llevando al hombre a descubrir, sufrir y aceptar su nada ante el Dios divino, con la consiguiente renuncia a contar con él, usarlo y servirse de él” (Olegario González de Cardedal, Dios).
Nuestros deseos necesitan pasar su noche, morir en ella, saber lo que es querer a Dios por Dios mismo, para, así y sólo así, volver a recibirlos de él, mejorados, salvados, purificados, y, de este modo, seguir deseando a Dios y sus dones pero ahora a su manera, y no a la nuestra, o ya también a la nuestra pero en la nueva luz que nos regaló el paso por la noche. Desearemos entonces a Dios como Dios quiere ser deseado, como DIOS, padre y amigo del hombre, y no como dios, herramienta y útil del hombre.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Tanto cariño mata

Empezaba la jornada. Llegó una señora argentina solicitando ya no recuerdo qué cosa. Cada dos palabras intercalaba un “cariño”, “cariño” por aquí y “cariño” por allá. Gélido y educado, visiblemente molesto, protesté: “Señora, le agradecería que no me siguiese llamando ‘cariño’”. Ni un segundo tardó en mudársele el rostro. Me di cuenta al instante de que había metido no una sino las dos patas. Temblándole la voz y con los ojos humedecidos dijo: “Nunca nadie me había dicho tal cosa”. Reaccioné como pude: “Perdóneme, señora, no debí decirle lo que le dije”. “No, no, la culpa es mía”. “Usted no tiene culpa de nada, es su manera de expresarse, típica de muchas zonas, lleva media vida haciéndolo. Perdóneme”. La cosa quedó medio arreglada. Creo que ese día no me había levantado con muy buen pié. Pero aunque sea un término coloquial para según qué personas y en según qué zonas, y sobre todo porque no está uno acostumbrado, tanto, tanto, tanto cariño mata. Yo maté no devolviéndolo, claro.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Buena conciencia

“Sólo lo hacen para mantener su buena conciencia” es una frase con la que se critica a veces ciertos actos de solidaridad o caridad con el prójimo. Con ella se diría que el sujeto que realiza tales acciones no tiene su corazón puesto en los destinatarios sino en su propia persona: no busca tanto hacer el bien a los otros como verse bueno a sí mismo.
Como en tantas otras cuestiones, ésta es también una cuestión de grados. Si, en efecto, nuestras presuntas acciones buenas ocultan en su trastienda un porcentaje muy grande, superior al 50% digámoslo así, para entendernos, de narcisismo espiritual, de autocomplacencia, de un “¡hay qué ver que bueno soy!”, de modo que la persona o personas beneficiadas por ellas sólo son la ocasión para que yo me sienta bien pero no el auténtico centro, entonces no estoy siendo bueno sino egoísta: practico una acción cuya forma es buena pero cuyo fondo no lo es. El hombre nunca puede ser medio para nada, tampoco para que otro hombre se sienta moralmente bien. El hombre es fin en sí mismo.
Ahora bien, también es cierto que no somos ángeles, sólo hombres, y nos es imposible hacer nada en el que no haya un cierto grado de autocomplacencia: al hombre no le es posible no buscar en todo lo que hace su propio placer, bienestar, o felicidad, tampoco cuando hace el bien a sus semejantes. Le es imposible practicar en toda su pureza el bien por el bien mismo. Tal es nuestra condición, la pasta de la que estamos hechos. Esto por un lado. Por el otro, el hombre necesita también saber que puede hacer el bien, que puede ser bueno, necesita, sí, aliviar su conciencia, sentirse y verse bueno, descargarse del mal que hace cargándose de bien. La cuestión es que lo haga correctamente, es decir y volviendo a utilizar el mismo lenguaje, que eso tenga lugar de modo que en sus acciones buenas más del 50% de su energía espiritual no acentúe tal aspecto sino el otro: el bien del semejante, del prójimo hermano. Que la búsqueda inevitable de uno mismo que hay en toda búsqueda vaya sabiendo transfigurarse en olvido de sí, única manera de que al fin se encuentre el hombre a sí mismo de modo pleno y verdadero.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Nos vamos, volvemos

No son pocas las veces que acude a mi mente el retrato de Jovellanos pintado por Goya cuando me pongo frente a la pantalla esperando que mi yo ocurrente me sirva una idea de la que sacar algún partido. ¿Es así como debe uno disponerse, descansando de pensar, un tanto ausente, ido, o debe concentrarse tanto como lo hace El pensador de Rodin? ¿Reposar la cabeza en la mano o recogerse apoyando el mentón en el puño? ¿Dejarse o apretarse sobre sí? Jovellanos se suelta, no piensa. El hombre de Rodin se sujeta, piensa. Sí, éste es el orden. Nos vamos, viene la idea, volvemos con ella, pensativamente nos quedamos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La bondad de Machado

Hay una buena conciencia que es una buena “buena conciencia”: la que dejan en nuestro ser el deseo de hacer el bien y la ejecución de actos buenos y la omisión de los malos, siempre sin autombombo, a la chita callando, sin que nadie se entere, sólo Dios. Entonces se duerme con “la conciencia tranquila”. Acaso en esta línea se atrevió Machado a finalizar su famoso autorretrato con el verso que dice: “Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”, y no parece que lo hubiera hecho “cargado de razón”, sino con humildad. Y es que si no es así, humildemente, calificarse a sí mismo de bueno es autoengaño y vanagloria.
¿Cómo debieron de sonar, si es que sonaron, en los oídos de Machado las palabras con que Jesús replicó a quienes se habían dirigido a él llamándolo “maestro bueno”?: “¿Por qué me llamáis bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios” (Mc 10, 18) ¿Sentiría que lo desautorizaban, que lo acusaban de propasarse, pues si ni Jesús, el hijo de Dios, admitió ser llamado bueno, quién iba a ser él para llamarse bueno a sí mismo? Pero la afirmación del Maestro apunta a un fondo al que no creo que quiera, ni desde luego puede, llegar la de Machado, a la raíz de las personas, y en tal sentido es radical y absoluta: nadie, desde la raíz hasta las puntas, es enteramente bueno en este mundo, salvo Jesús. La de Machado, como decíamos, en tanto que autodescripción humilde, y sólo así aceptable, llega hasta donde le está permitido llegar, a lo que uno quiere ser, bueno, y a lo que no quiere ser, malo, a lo que se desea hacer, el bien, y a lo que no se quiere hacer a nadie, daño. En este sentido, no es la suya una afirmación radical, sino, como mucho, troncal, si entendemos por tronco esa parte de nuestro ser y de nuestra vida sobre la que podemos pronunciarnos y decir de ella que nos parece “buena”, así, sin pretensiones, con el ánimo de que se nos entienda que somos a la pata llana “buena gente”, o de que por lo menos lo intentamos.
Pero sigamos poniendo en aprietos a Machado, y de paso a nosotros mismos, citando ahora un párrafo un tanto largo de C. S. Lewis (El problema del dolor): “Ahora bien, el verdadero escollo de la ‘bondad’ estriba en que se trata de una cualidad que nos atribuimos con extraordinaria facilidad a nosotros mismos apoyándonos en razones poco sólidas. Todo el mundo se siente benévolo en los momentos en que nada le molesta. Aun cuando jamás hayan hecho el menor sacrificio por sus semejantes, los hombres se consuelan de sus vicios apoyándose en la convicción de que ‘en el fondo tienen buen corazón’ y son ‘incapaces de matar a una mosca’. Creemos ser buenos cuando en realidad somos felices” . No le falta razón a Lewis, y, ante esta tesitura, no soy yo quien para saber lo que podría haber pensado Machado tras la lectura de sus palabras: ¿volvería atrás, al poema ya acabado, y tacharía o corregiría el último verso, aquel que citábamos al principio y que nos metió en esta singladura, al percatarse de que se había atribuido la bondad con extraordinaria facilidad, apoyándose en razones poco sólidas, que se sentía bueno porque nada le molestaba, de que no estaba sino consolándose de sus vicios, de que creía ser bueno porque se sentía feliz? Desconozco la situación vital, la intención que empujó a Machado a atribuirse la bondad, lo que quiso exactamente decir, lo cual me anima a ponerme en su piel e inventar una contestación a Lewis: “Me faltan, en efecto, señor Lewis, sólidas razones para atribuirme bondad alguna, y ojalá que no las tenga nunca. ¡Qué ser más torpe y engreído sería entonces, alguien que se siente bueno apoyado en sus propios y compactos argumentos! ¡Dios me libre de tamaño dislate! Es cierto que digo realmente lo que digo, que ‘soy, en el buen sentido de la palabra, bueno’. Pero ¿cuál es ese buen sentido y que quise expresar exactamente? Creo que, ‘exactamente’, nada quise pronunciar sino sólo ‘poéticamente’, es decir, al hilo de lo que la redondez del poema me pedía y de lo que yo deseaba que fuese también la redondez de mi propia vida. Tal vez, sí, como usted afirma, al escribirlo me sentía libre de toda molestia, hasta feliz, e incluso es posible que quisiera consolarme de mis vicios apelando a una bondad escondida en el fondo de mi corazón. En cuanto a lo de ser incapaz de matar a una mosca… Verá usted: les dediqué un poema cuyos últimos cuatro versos riman así: ‘Inevitables golosas, / que ni labráis como abejas, / ni brilláis cual mariposas; / pequeñitas, revoltosas, / vosotras, amigas viejas, / me evocáis todas las cosas’. Yo no mataría nunca a una ‘vieja amiga’. En fin, señor Lewis, usted tiene toda la razón, y yo no pretendo tener ninguna. Simplemente, en un poema, me expresaba”.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Historia

Cuando un drama ocupa tu “historia” no tienes ojos para la “Historia”. El 11S, mis amigos O. y F. apenas si tuvieron ojos para la tragedia de las Torres Gemelas porque estaban ocupados por entero por su propio drama, la leucemia de su hija O. Hoy, felizmente, está curada.
Así me lo contó O. cuando, después de años sin vernos, los fui a visitar. Mientras millones de miradas caían sobre la televisión porque estaban en condiciones de hacerlo, las suyas apenas si resbalaron por ella porque su vida entera estaba en ese momento centrada en su hija, y como las suyas las de tantos otros, tantísimos otros, todos los que, en un momento dado, no pueden permitirse el “lujo” de prestar atención a la Historia con mayúsculas porque la suya propia necesita de toda su atención y cuidados.
La Historia de verdad, la completa, la que es mayúscula, minúscula y media, será la que un día cuente las de todos los millones de hombres y mujeres que nacieron, vivieron y murieron en este planeta. ¿Quién será ese omnipotente y omnisciente Historiador, que pondrá toda su atención y cuidados en las vidas de todos de modo que ninguna se pierda, que nada de lo acontecido en ellas pase al olvido, que lo recoja todo en su libro inmenso?
Un buen historiador, al contarnos la historia pasada, debe revivificarla de algún modo, hacérnosla presente, si es que no quiere que la sintamos como historia muerta. Si tal cosa hace un historiador humano, ¿qué no hará entonces ese Gran Historiador cuando relate en su Gran Libro las vidas de todos los que fueron, son y serán? ¿No habrá de revivirlas también, pero a su manera, a su “Gran Manera”?

viernes, 10 de septiembre de 2010

Porciones

Salvo los que saben dar el salto audaz en el que se entregan del todo a Dios, los demás damos saltitos en los que vamos ofreciendo porciones de nuestro ser. Nunca es completa la donación. Nos retraemos para quedar a salvo de la plenitud, no tanto por no quererla, cuanto porque sabemos que no será indolora: nos exigirá el sacrificio de nuestro propio yo y no queremos pagar tan alto precio. Nos salva que Dios, si no nos obtiene del todo a la primera, no nos deja en la nada. Supongo que nuestro entregarse a plazos no lo contempla él como no entregarse en absoluto. A lo mejor hasta lo acepta como un entrenamiento para el total ofrecimiento que él espera. Pero no seamos tan ingenuos como para pensar que no pueda Dios quebrar nuestra resistencia con gracias “violentas” que aceleren nuestra definitiva entrega.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Transfigurado

Sólo una vez en mi vida me fue dado contemplar un rostro transfigurado. Se iniciaba el curso en Salamanca y a tal efecto se celebraba una misa. Uno de los concelebrantes era el obispo brasileño Helder Cámara. En el momento de la consagración su rostro irradiaba un júbilo tal que muchos de los presentes quedamos maravillados. La maravilla era él y la nuestra no era sino su efecto. Daba miedo tanta alegría, pues uno, atrincherado en su egoísmo, sabía que no podía proceder sino de una entrega suma.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Hacer memoria

Dios no puede recordar sin hacer revivir, no puede hacer memoria sin hacer vida. Los hombres mueren y caen en el olvido, pero caen también en Dios que recuerda todos y cada uno de sus cabellos. Será Él el que nos enseñe el único modo de no olvidar a nuestros muertos: recordándolos hacia el futuro, donde la memoria se vuelve esperanza. Morir no es quedar atrás sino tomar la delantera.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Envejecidos

Cuando veo a un anciano caminando lentísimamente, encorvado, sin expresión en la cara, siento la humillación que ello supone. De aquí tiene que nacer una total sumisión, salvo que se quiera vivir a la contra, aunque seguramente no haya ya fuerzas para esto. Los ancianos completamente envejecidos nos avisan de que sólo sobre una humildad radical acierta uno a saber algo de la vida.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Hay momentos

Hay momentos de alegría, de puro éxtasis, de felicidad absoluta, en los que la vida se descorcha y nos sirve en la copa toda su espuma. “Así soy, munificente cuando vosotros, hijos míos, estáis en condiciones de recibirme”. ¡Ay! ¿No lo estamos siempre?

jueves, 2 de septiembre de 2010

El cero de la vida

“Ligero de equipaje, como los hijos de la mar”, como los setenta y dos discípulos que no llevan "dinero ni alforjas, ni otro calzado que el puesto”. Poner las esperanzas en la Esperanza, entregarse a una confianza loca, desnudo. Quemar las naves y sobre una tabla, quedar entre cielo y mar. En el cero de la vida, encontrar de nuevo el camino que nos conduzca a casa.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El hermano

Quiero que el hermano me bendiga y pronuncie mi nombre, que su rostro sea mi espejo. A solas soy una caja de aullidos. Me ha sido regalado como fuente de gracia.